Notas, fotos y videos de ese costado insólito que tiene el deporte más lindo del mundo.

miércoles, 31 de julio de 2013

Primera fecha

* Cuento escrito por Ariel Scher y publicado en www.11wsports.com

La gracia de la vida es que no todos amamos lo mismo. El tío Osvaldo, por ejemplo, era indiferente a que el invierno se apagara o a que el verano se encendiera, pero jamás descuidaba su colección de estampillas. El tío Roberto fracasaba cada noche en la que una dama se le proponía como novia, pero jamás se salteaba de su agenda y de su felicidad los recitales del Indio Solari. Y el tío Miguel los quería a los dos, aunque no había acariciado una estampilla ni en los días en los que el mundo parecía una suma de cartas y, menos todavía, distinguía una brevedad de rock de tres compases de tango. Muchos que lo conocían poco y muchos que lo conocían bastante creían que lo de él era el fútbol. Fallaban o casi fallaban. Lo que al tío Miguel le interesaba más que el aire y más que el agua era la primera fecha.

En las casas del tío Osvaldo y del tío Roberto había fotos del tío Miguel gritando el quinto gol con el que River le ganó a Boca el clásico más electrizante de la historia en la primera fecha del Nacional de 1972 y fotos del mismo tío Miguel explotando de emoción en la primera fecha de Metropolitano de 1974, cuando Carlitos García Cambón construyó el debut más espectacular de la historia metiendo cuatro goles de una sola vez para Boca y frente a River. No era que el tío Miguel no tuviera su corazón entregado a una camiseta de fútbol. Ocurría que su condición de hincha funcionaba como una pasión dentro de la pasión. No lo dudaba: si en los documentos de identidad, en la ficha del odontólogo o en los apuntes sobre la tumba hiciera falta apuntar quién era, ese era. Un hombre que encontraba en la primera fecha lo que otros no detectan en nada aunque les hayan abundado la universidad, la plata o las oportunidades de respirar.

El tío Miguel nunca se ausentaba de una primera fecha, pero permanecía semiausente de las demandas para que explicara su conducta. A veces, pocas veces, entregaba pistas. Sucedía cuando la dulzura de las Navidades le ablandaba los labios, cuando se sentía responsable de achicar el dolor de las buenas gentes en los velorios o cuando notaba que uno de los tantos desamparados de la Tierra necesitaba que alguien lo considerara importante. Entonces decía que una primera fecha implicaba una referencia, algo que en algún lugar siempre nos estaba esperando, un edificio especial en medio de las geografías chatas, un posible aprendizaje cuando suponemos que conocemos el manual entero, una certeza de que demasiadas veces todo amaga con estar terminado y de que, sin embargo, demasiadas veces todo vuelve a empezar.

El tío Osvaldo no tuvo más rumbo que la resignación cuando el tío Miguel le quitó su traje de casamiento para ser testigo de un duelo de la primera fecha entre dos equipos sin expectativas de la Primera C de 1987. El tío Roberto aceptó que la fiesta de graduación de su hija médica se hiciera en los escalones del estadio del barrio mientras en ese estadio se jugaba, de la mañana a la noche, la primera fecha de un campeonato lleno de vecinos. La fundamentación no variaba: la primera fecha ponía al universo en otra estatura, fabricaba luz en el horizonte gris. Así, el tío Miguel convenció a un cura jovencito e inteligente de que oficiara la clásica misa de diez en el vestuario de un partido de primera fecha que se disputaba a las tres de la tarde. Así logró que el bar Mitzva del hijo de un amigo judío se celebrara con rituales plenos pero en el círculo central de una cancha que albergaba una primera fecha. Así propuso, sin hallar consenso, que los legisladores que el pueblo votaba asumieran en las jornadas de primera fecha. Intuía que, a la hora de jurar, a algunos les vendría más que bien mirar ojos de primera fecha porque eso significaba mirar la esperanza humana.

Para el tío Roberto, la demostración cumbre del valor que le asignaba el tío Miguel a la primera fecha aconteció cuando invirtió una indemnización completa en viajar de un avión a otro y de ese segundo avión a un tercero para respaldar a los chicos que jugaban por la primera fecha en un país lejanísimo donde nadie miraba fútbol. Para el tío Osvaldo, nada igualaba el agosto en el que el tío Miguel había escrito un texto insuperable sobre el sentido de la primera fecha y se lo había enviado al Papa para que lo transformara en sermón, al secretario general de la Naciones Unidas para que lo convirtiera en compromiso de todos los estados miembros y al último Premio Nobel de Medicina para que le agregara detalles con rigor científico y recomendara a las primeras fechas como un aporte hacia la vida sana. En cambio, para los sobrinos, para las cuñadas, para los compañeros de trabajo y hasta para los que sabían del tío Miguel sólo por versiones, lo más extraordinario de la devoción del tío Miguel por la primera fecha consistía en que no lo había vencido el hecho de que al fútbol y a sus primeras fechas los hubieran atrapado violencias mortíferas, suciedades con formato de negocios y mezquindades repetidas que se desplegaban bajo cualquier argumento. Frente a esas apreciaciones, el tío Miguel no rechazaba realidades y reconocía que el fútbol y las primeras fechas se habían vuelto un desfile de manchas. No obstante, como a todos los individuos que pelean a favor de los sueños, le quedaba una defensa: "La primera fecha es comenzar. Y resignarse a no comenzar es resignarse a que ya no se podrá nada".

No hay anuncios sobre dónde el tío Miguel disfrutará de la próxima primera fecha. En la familia, hay quienes conjeturan que lo hará cerca de los que pasan hambre y hay otros que vaticinan que se pagará la entrada de la mejor platea del planeta. Será cuestión de mantenerse atentos: con un smoking en medio de una banda de desarrapados, cubierto por un paraguas en un clima sin tormentas, enarbolando un ramo de flores entre los dedos o silencioso en el centro de una multitud, lo único seguro es que el tío Miguel estará. Estará y, dado que una primera fecha es un baúl de ilusiones, tal vez otras cosas asombren. Quizás el tío Osvaldo se atreva y, con su colección de estampillas encima, resuelva, por fin, acompañarlo. Y si el eco impagable del Indio Solari vuela desde alguna tribuna, ya saben: también se animó el tío Roberto, que, como en las primeras fechas siempre se inaugura algo, en una de esas se llena de confianza y no fracasa ante la próxima dama que se le proponga como novia.

miércoles, 24 de julio de 2013

¿Fútbol?

Es similar pero bastante más complejo. Lo llaman Fútbol-barro y hace unos días se disputó la tercera edición de la Copa del Mundo, con 64 equipos de diferentes puntos del globo. El torneo se realizó en Escocia y el país anfitrión se quedó con la copa.

lunes, 22 de julio de 2013

Un hincha puso en venta a un jugador en ebay.com

La ocurrencia de los simpatizantes parece no tener límites. Un fanático del conjunto inglés Wolverhampton Wanderers, enojado por los dos descensos consecutivos de su equipo, colocó a la venta a un futbolista de su club: Jamie O’Hara. Lo más llamativo es que lo puso al irrisorio valor de 1.50 libras, aunque rápidamente la subasta superó la marca de 150 mil. 


Al poco tiempo, el sitio ebay.com eliminó la publicación y todo quedó como una broma.

Dos curiosidades más:

- Wolverhampton, hoy en tercera división, es la única institución que ganó todos los títulos oficiales del fútbol de Inglaterra.

- O’Hara, hoy ridiculizado y señalado como uno de los grandes responsables de los dos últimos fracasos deportivos del Wolverhampton, supo ser campeón (Copa de la Liga, en 2008, con Tottenham) y vestir la camiseta inglesa, con la selección sub-21.

miércoles, 17 de julio de 2013

Ídolo nacional

No se pierdan lo que hace Matías Antunez luego de dos años de práctica. "Logré manejar una técnica dónde mezclo mis dos pasiones: el fútbol y la cerveza", asegura. Un genio.


lunes, 15 de julio de 2013

La cal tiene nueva competencia

Nike presentó una verdadera innovación que ya se utiliza en algunos puntos de Madrid (España): canchas de fútbol marcadas con láser. ¿Trascenderá y -con otro color- se utilizará en los campos de césped?



jueves, 11 de julio de 2013

¿Sabías que...?

- Olimpia participará por séptima vez de una definición de Copa Libertadores de América (hasta ahora ganó tres y perdió tres), mientras que Atlético Mineiro disputará su primera final continental.

- El fútbol paraguayo tiene tres Libertadores y son todas de Olimpia, en tanto que el fútbol brasileño suma 16 y ninguna fue conseguida por el Mineiro.

- Por segunda vez en la historia la Libertadores tendrá una final entre un equipo de Paraguay y uno de Brasil. El único antecedente es de 2002 y el propio Olimpia se quedó con el título, tras vencer a São Caetano por penales.

- Olimpia, además de contar con tres trofeos a nivel continental, obtuvo otros cinco logros internacionales oficiales entre los que se destaca la Copa Intercontinental de 1979. Fue campeón de la Primera División de Paraguay en 39 ocasiones (supera por diez a Cerro Porteño y es el más ganador de la historia).

- Las vitrinas de Atlético Mineiro son bastante más austeras. A nivel nacional fue campeón una sola vez (1971) y en dos oportunidades ganó la Conmebol (un certamen continental oficial de segundo orden que dejó de disputarse en 1999).

- El equipo paraguayo ingresó a la actual Libertadores a través de lo que se conoce como "repechaje", donde venció a Defensor Sporting de Uruguay por un global de 2-0. En total disputó 14 partidos: ganó 8, igualó 3 y perdió 3.

- El conjunto brasileño entró directamente a la fase de grupos y hasta ahora jugó 12 encuentros: 8 triunfos, 2 empates y 2 derrotas.

lunes, 8 de julio de 2013

Glorias del pasado

Segunda entrega. El juego es muy simple: se ofrece una foto y los lectores deben adivinar de quién/es se trata. En esta ocasión, dos protagonistas a reconocer. El único que amerita ayuda es el personaje de la izquierda, quien fue un gran volante central de Ferro Carril Oeste (campeón invicto del Nacional 1982).


Respuesta: Gerónimo Saccardi y Diego Maradona.

Para ver la primera edición de "Glorias del pasado" hacer click acá.

viernes, 5 de julio de 2013

El penal

* Cuento escrito por Max Goldenberg y publicado en http://max.com.ar/2013/06/17/el-penal/

La cantidad de gente era lo de menos. Lo más importante estaba en el punto del penal y lo que iba a pasar (para mal o para bien) en menos de dos o tres minutos. “Penal bien pateado es gol” siempre dicen. “Claro” pensaba El Tuerto “total… el que patea soy yo”.

Acomodó la pelota haciéndola girar entre sus manos, como buscando el punto exacto donde apoyarla en el punto de cal. “¿Por qué le dicen “punto” si es grande como una torta?” pensó El Tuerto haciendo una mueca que, desde las cabinas, sería entendida como un gesto de suficiencia. En ese momento se le ocurrió pedir el cambio de pelota. “Está desinflada” le dijo al árbitro holandés, sabiendo que no lo iba a entender. El arquero se acercó corriendo, quejándose. “Vos cerrá el orto” le dijo El Tuerto aún teniendo en cuenta que el jugador del otro equipo no hablaba español.

Mientras buscaban otra pelota que satisficiera las necesidades del jugador argentino, El Tuerto aprovechó para mirar hacia las tribunas. Sabía que sería la última vez que estaría en una situación semejante. Posiblemente por mucho tiempo más, ningún jugador de fútbol de la selección argentina tendría la responsabilidad que él estaba a punto de afrontar. Entonces se tomó esos minutos (quizás fueran segundos) para grabarse todo lo que estaba sucediendo.

El arquero lo insultaba. El Tuerto, tranquilo, le hacía gestos para hacerse entender mejor. “No solo no te entiendo sino que, además, me garcho a tu mujer” le soltó con la libertad del idioma que no se entiende. “La pelota está desinflada y, para romperte el culo bien roto, la necesito inflada ¿entendés, ruso?” le gritó. El rival no era ruso pero no importaba. Todos los que son de “por allá lejos” son rusos. Así de simple.

Pensar que él jamás se imaginó estar en esta situación. De hecho, no debería estar jugando. El técnico se lo dejó bien en claro apenas lo convocó para integrar el banco: “Sabé bien sabido que ni mamado te pongo. Gordo como estás, no podés correr ni al colectivo” ¡Qué lejos de aquella aseveración con tono de dictamen final estaba ahora El Tuerto! A punto de patear el penal más importante de los últimos treinta años de fútbol argentino, no pudo menos que reírse de su presente.

¿Cuáles eran las probabilidades de que se lesionaran, en un mismo partido, los dos delanteros y el arquero? Cuando el nueve titular pidió el cambio, el técnico lo miró y le dijo: “Dale Tuerto, calentá”. Ya habían hecho dos de los tres cambios permitidos. El arquero y uno de los delanteros. El único que quedaba disponible era él. Y allí fue, a calentar, con la certeza de que debería empezar a creer en los imposibles.

“Dale Tuerto, dale!” le gritó el técnico “Dejate de saltar como un boludo y entrá” La desesperación por hacer el cambio le impedía mantener la compostura. “Vos entrá y tratá de no hacer cagadas y, en la primera que puedas, la mandás a guardar. Cuidá la bocha, Tuerto. No te hagas el habilidoso que faltan quince minutos más lo que el puto del árbitro agregue así que entrá y quedate arriba. En una de esas, tenemos culo y no tenés que patear al arco”.

Le dio una palmada en el hombro que pareció más un golpe que otra cosa y, aunque parecía mentira, El Tuerto estaba a punto de jugar la final de un mundial de fútbol.

La primera jugada en la que participó fue en el gol del empate del rival. Fue un centro desde la derecha que cayó en medio del área argentina. El arquero quiso despejar con los puños pero no solo le erró a la pelota sino que noqueó al delantero rival. El juez se llevó el silbato a la boca para cobrar penal pero la pelota pegó en medio de su rostro, empujando el silbato, haciendo que el árbitro se lo tragara. En la confusión, El Tuerto intentó despejar el balón pero utilizó su pierna menos hábil y la pelota realizó un extraño chanfle y volvió a elevarse hacia su propio arco. El número once saltó para cabecear el balón y así marcar el empate pero el juez del partido, tosiendo, tratando de expulsar el artefacto atrapado en su garganta, lo desestabilizó e hizo que el delantero cayera encima de un defensor argentino, errando así el golpe original pero no al balón que salió disparado en un tiro que desafió cualquier lógica. La pelota rebotó en el travesaño con tanta violencia que llegó hasta la mitad de cancha. Allí estaba ya El Tuerto quien, alertado por la situación, había corrido en esa dirección. Llegó antes que el mediocampista rival y quiso patear hacia el arco pese a los gritos desesperados de su técnico quien le recomendaba que no pateara y que se fuera, ya que estaba, a la concha de su hermana. El Tuerto logró realizar el disparo y pateó la pelota con toda su fuerza intentando que ésta llegara al arco contrario. Lo que no tuvo en cuenta era que el cinco rival, adelantado a la jugada, había saltado tratando de evitar esa gesta. Y lo logró, aunque nunca vería el resultado de su heroica acción. La pelota pegó de lleno en su rostro y lo fulminó al instante. Tal fue la fuerza del impacto que hizo que el balón realizara una parábola extraña y volviera hacia el área argentina. Lo cierto es que, en ese instante, el árbitro había logrado escupir el silbato y trataba de hacerlo sonar para cobrar falta cuando la pelota cayó desde lo alto del cielo, le pegó en la cabeza y entró en el ángulo superior izquierdo sorprendiendo al arquero que voló hacia la derecha. Gol y empate.

La segunda jugada fue la del penal. Los rivales, cansados, hacían tiempo para llegar al fin del tiempo reglamentario y, así, a los penales para definir el mundial de una buena vez. El arquero se la pasó al dos. El dos, de rabona, se la dio al tres y allí se desató la tormenta perfecta. El tres, como todo tres, no era para nada habilidoso. Intentó levantarla para dársela de cabeza a su arquero y que este la pudiera tomar con las manos. El problema fue que el tres la levantó en exceso y mandó un centro bombeado al medio del área. El arquero argentino, que estaba allí sorprendiendo a todo el mundo intentando sumar un hombre en ataque, saltó con las manos en alto buscando apresar el balón, en una clara muestra de deformación profesional. El arquero rival hizo exactamente lo mismo haciendo que ambos profesionales del arco quedaran anudados, abrazados. La pelota sobrepasó ese abrazo fraterno y quedó picando en las inmediaciones del área chica. Allí El Tuerto vio su posibilidad para marcar el gol y, de esa forma, ganar el mundial. En ese momento, el juez de línea quiso levantar la bandera para marcar una falta pero lo hizo con tanta vehemencia que el banderín salió disparado como un proyectil en dirección del área donde estaba la pelota a punto de ser impactada por el pie menos hábil del Tuerto. El banderín, convertido en una flecha, impactó de lleno en la pelota y la movió lo necesario para que El Tuerto pegase una patada al aire, realizase una pirueta y cayese de espaldas. El juez no dudó un instante: penal. Quedó agachado, con su mano derecha apuntando hacia el punto penal y la izquierda sosteniendo su silbato. El pitido duró aproximadamente catorce minutos. De joven, el juez del partido había sido buzo táctico y había desarrollado una extraordinaria capacidad pulmonar.

Todos se miraron. Como cuando el padre pregunta a los hijos quién rompió el jarrón, nadie se quiso hacer cargo del penal. El técnico, desde el banco de suplentes gritaba desesperado que cualquiera agarrase la pelota pero que, bajo ninguna circunstancia fuera El Tuerto quien ejecutase la pena máxima.

¿Y quién sino El Tuerto sabía lo que significaba la pena máxima? “Que le pregunten a la Rosita sino” pensó él con un dejo de tristeza, recordando a la bella vecina que nunca le diera bola y que, encima, se terminara casando con el gil de Vicente, cuyo logro máximo era ser el hijo del dueño del almacén de la esquina. Si eso no era pena máxima, entonces había vivido equivocado toda su vida.

“Voy yo. Los veo en un rato, muchachos” canchereó El Tuerto con voz firme pero con el corazón a punto de explotar de los nervios.

Allí estaba, pues, El Tuerto a punto de patear el penal que haría que Argentina pase a ganar el partido faltando menos de dos minutos para que se cumpliese el tiempo total de juego.

“Si me viera mi vieja…” pensó El Tuerto mientras le alcanzaban un nuevo balón. No era una expresión de deseo por tener a su madre viva ya que ella estaba en las tribunas en ese preciso momento. El problema era que la madre del Tuerto era ciega de nacimiento.

Apoyó la nueva pelota, reluciente, sobre el punto del penal. La hizo girar un par de veces apuntando el pico hacia el arquero, como si fuese una mira telescópica. Le dio un beso, deseándole suerte “No me cagues en esta, redonda” le dijo. Y se levantó. Se había tenido que tirar al piso para poder besar el balón y susurrarle su último pedido.

Una vez erguido empezó su caminata en reversa, para no sacarle la mirada al arquero quien se movía dando unos saltitos sobre la raya de meta. Cuando llegó a la mitad de la cancha se frenó. La pelota le había quedado un poco lejos, es cierto, pero al Tuerto siempre le habían gustado las carreras largas. No por nada seguía jugando pese a tener ya cuarenta y siete años. Intentó serenarse pero el corazón le latía, encabritado, dentro de su pecho tan fuerte que varios hinchas lo confundieron con los bombos de la barra brava.

Sonó la señal del árbitro, habilitando la ejecución del tiro desde el punto del penal. El Tuerto empezó, entonces, su carrera final. Al principio con un suave trotecito pero, conforme se acercaba al área grande, su carrera era alocada. Estaba a tres zancadas del momento cúlmine de su carrera deportiva. Argentina estaba a tres zancadas de ser otra vez campeona del mundo.

Dio la primera zancada y pensó en que no había dejado programada la videocasetera para grabar su novela favorita. “Qué manera de desperdiciar una zancada” pensó.

Dicen que en la anteúltima zancada, el pateador decide para qué costado va a dirigir el tiro. En su segunda, la anteúltima, El Tuerto decidió que no iba a decidir nada. Que se dejaría llevar por el momento, que estaba cansado de planificar todo. Que era momento de improvisar y dejar de ser tan previsible. “Que fluya” se dijo.

Apoyó firmemente el pie izquierdo al costado de la pelota y se preparó para dar el puntapié final. Llevó la pierna derecha hacia atrás, bien atrás, casi tocando su glúteo con el talón y lanzó la pierna hacia adelante con todas sus fuerzas. Pensó en todos: en las millones de personas que estaban mirando la tele, en su perro Tito que lo esperaba en su casa, en su viejo que fue quien le regaló su primera pelota, en su novia Matilde a quien ya no amaba pero le daba pena dejarla y en la videocasetera sin programar “puta, justo hoy que termina la novela” reflexionó y pensó en Argentina Campeón del Mundo. Pensó además que, si erraba el penal, se tenía que mudar de país. Pensó que era demasiado tarde para arrepentirse.

Pensó en todo eso.

Y pateó.

martes, 2 de julio de 2013

Los cortes de Mohamed Zidan

El delantero egipcio, que actualmente juega en Mainz 05 de la Primera División de Alemania, tiene una gran carrera futbolística y eso es indiscutible. Hace catorce años que juega en Europa, fue campeón en tres oportunidades y fue elegido "mejor jugador africano" en 2011. Sin embargo, su fama mundial llegó con sus extravagantes cortes de pelo.